
Sucede que me crucé, no hace mucho tiempo, con una propuesta bastante ingeniosa y fuera de lo común cercana a esto. Un día me llegó un mail del “Pito”, un taxista rosarino que me comentaba que ofrecía un servicio diferencial para sus clientes en el horario de la madrugada y que estaba dispuesto a contratarme en el mismo.
Puntualmente, El Pito les ofrecía a sus clientes un paseo sexual por la ciudad, donde pudiesen ver, más o menos por el espacio de una hora, cualquier espectáculo sexual que quisieran sobre un auto; parejas heterosexuales y homosexuales teniendo sexo, hombres masturbándose, lluvias doradas, fetichistas, etc.
Como El Pito había conocido por medio de mi webblog mis practicas fetichistas con zapatillas de hombres, me pedía que durante algunas noches al mes trabaje en su taxi mostrándoles a clientes curiosos de mi fetichismo como me masturbaba dentro de su calzado.
Mi pago por las cuatro noches de trabajo que pactamos, era un excitante par de adidas blancas que hace un tiempo pedía por medio del blog, y que por otro lado constituían la única pieza de mi uniforme para este trabajo. Hasta hacía poco habían pertenecido al Pito, quien las usaba diariamente, con lo cual estaban en ese estado justo que las hace tan provocativas; a medio usar sin estar del todo destruidas.
El primer día de trabajo fue un martes. Como en todos los casos previamente el cliente interesado había arreglado por teléfono con El Pito a partir de un anuncio que él saca en los diarios de Rosario.
El Pito me indicó que me esperaba por calle Santiago a media cuadra de Pellegrini a las 2:20 am. El auto que usaba de taxi tenía los vidrios polarizados, de manera que no se veía su interior y la butaca del acompañante estaba puesta en sentido inverso contra el parabrisas delantero, de forma que quienes viajaban detrás pudiesen ver la escena sexual que se interpretaba.
A la hora indicada el taxi sexual estuvo allí. Apenas subí, me llamó la atención que El Pito estaba en cueros, vestido con un chaleco y unos pantalones de acrílico negro que solo cubrían sus piernas, su pene estaba completamente al aire, al igual que su ano. Al subir me indicó que me desnudase dejándome solamente las zapatillas que él traía en el taxi. Cuando estuve en pelotas, corrió una cortina que nos separaba de la parte trasera y pude ver a nuestro primer cliente.
Era un gordito de más o menos 30 años, típico pajerón. No tardó en pedirme que me masturbara y que comience a transar una de mis zapatillas. Yo sin ningún tipo de resistencia comencé con el espectáculo mientras el gordo tiritaba de emoción al ritmo de una música electrónica que invadía el auto.
Después de más o menos 15 minutos de jugar con mi zapatillas cambiamos de asiento. Yo me ubiqué en el trasero y allí puse mi pene dentro de una de las zapas haciendo un movimiento típico de penatración, mientras puse la otra en mi cara para respirar y gemir en su interior. Estuve así hasta acabar. Una vez que terminé, me senté nuevamente y derramé el semen que había dejado en el interior del calzado sobre mi pecho, desparramándolo suavemente y llevándome los dedos con leche a la boca.
Estaba en eso, cuando frenó el auto y al mismo tiempo que se destrababan las puertas El Pito dijo: “Llegamos. Hasta acá es el viaje”. El gordito sin decir nada se bajó y cerró la puerta. El Pito me arrojó una toallita de mano, me indicó que me limpie y me vista así me dejaba por el centro mientras iba a buscar otros clientes. Antes de bajarme, me sacó las zapatillas que usaba de uniforme y me dijo que me llamaría apenas tenga novedades.
El primer servicio había pasado y no había sido nada difícil. Esa noche me preguntaba si aquel gordito se habría matado a pajas después de haber contemplado mi espectáculo sobre el taxi.
El segundo servicio supuso un cambio de público. El Pito me había advertido que en este caso el cliente era un cincuenton excéntrico con su pendejito-pareja, que él llamaba “secretario privado”.
Apenas se corrió la cortina que me dejaba en pelotas frente a los pasajeros del tour sexual, pude ver que efectivamente se trataba de un viejo insolente, podrido en plata y perfectamente indeseable. El pibe que llamaba “secretario privado”, era una especie de modelito. Flaquito, magro pero marcado, rubio, de naricita operada, pelito corto y peinado medio desprolijo. Tenía puesta una camisita de una marca muy cara, que el viejo le había desprendido para lamerle los pezones, unos jeans clásicos sin cinturón y unas zapatillas nikes con los cordones sueltos que seguramente estaban compradas fuera del país. Definitivamente era un pibe muy lindo, pero que no podía disimular cierto amaneramiento.
Fue entonces cuando el viejo, que iba fumando, tuvo un gesto que me excitó terriblemente.
Le sacó una de las zapatillas al pendejo y echándole un poco de wisky en su interior me invitó a beber con ellos. Yo acepté la invitación y al tiempo que mi boca se posaba sobre aquella zapatilla carísima, mi pene se erguía como el monumento a la bandera y el pendejo, casi sin que me diese cuenta comenzaba a mamarme la pija entre alientos del viejo que miraba con disfrute el espectáculo.
En aquella algarabía de placer el viejo me ordenó con toda soberbia que haga un 69 con el pibe. Allí intervino El Pito, señalando que aquello sería mucho más costoso, de manera que el viejo peló 100 pesos y con una sonrisa nos dijo: “empiecen putitos de mierda que papito paga y quiere verlos chuparse el pito”.
Yo lo hubiese hecho gratis, me encantaba mamarme aquella belleza moldeada por el gimnasio y el quirófano y sospecho que también lo disfrutaba el pendejo que se debatía entre gemidos y lengüetazos en toda mi pija.
Ya estaba sintiendo los primeros chorros de su rica leche, cuando el viejo nos separó y nos ordenó que nos pajiemos dentro de las zapatillas. Así uno junto al otro gozamos de acabar en aquellas hermosas nikes entre caricias de placer. Por momentos nos mirábamos con la certeza de estar viviendo un momento cargado de sublimidad para los dos. Al terminar, sin poder resistirnos, nos dimos un beso lleno de impulso, y muy suavemente el pendejo me dijo al oido: “me encantó estar con vos”.
En ese momento el auto se detuvo indicando que el paseo había terminado. El viejo se apresuró a bajar y con un gesto despectivo gritó: “dale bajá, lo que falta es que te enamores del trolo pajero este. Cada vez estás más puto. Mirá que te voy a cambiar y se te va a terminar el dulce”.
El pibe apenas tenía puesto el pantalón, bajó con su camisa desprendida y cuando estuvo fuera del auto se colocó sus zapatillas llenas con nuestro semen. Yo me quedé viéndolos por el vidrio a medida que nos alejábamos y explotando de calentura al imaginar las sensaciones que le despertaría al pibe el contacto de sus pies con nuestra leche calentita dentro de sus zapas. Pude ver que caminaron hasta un auto y se fueron en sentido opuesto.
A medida que nos separábamos El Pito me comentó: “te gustó el pendejo del viejo este... se notó que la pasaste bomba. Este es un cliente fijo, le sobra la guita para comprar pendejos putos. El tema es que no se le para, así que los entrega para que se los cojan y él mira. A veces le da por pedir cosas raras como hoy”.
Como siempre me dejó cerca del departamento donde paraba con la promesa de volver a convocarme. Yo no podía dejar de pensar en el pendejo, que evidentemente también se calentaba con las zapas como yo, y era extraordinariamente hermoso. Ansiaba volver a tenerlo como cliente.
En el tercer servicio me impulsó la ilusión de encontrar nuevamente al pendejo con el cual había pasado tan grato momento.
Para este día El Pito no me había adelantado nada. Como siempre me preparé y cuando corrí la cortina vi que un tipo de entre 35 y 40 años estaba del otro lado. Estaba vestido normalmente, me llamó la atención ver que llevaba puestas un par de zapatillas John Foos bastante usadas. Yo comencé a masturbarme como de costumbre, casi instintivamente apoyé mis pies sobre la parte del asiento trasero que tenía enfrente y estaba desocupado. Fue entonces cuando el sujeto comenzó a lamer mis zapatillas y desatendió completamente lo que yo hacía. Se mantuvo un buen rato pasando su lengua entre los cordones de las zapas, hasta que sacándose una de las suyas me pidió que me masturbara allí. Ciertamente el calorcito de sus zapas me calentaba al tomar contacto con mi pene. Cuando terminé se la devolví, la limpió con una de sus manos un poco, se la puso, le dio un beso a mis zapas y se bajó del coche como si nada. Un tipo ciertamente extraño.
El Pito no me dijo nada más allá que las indicaciones habituales. Por mi parte, seguía con la esperanza de saber algo del pendejo de la segunda noche. En más de un momento estuve por preguntar sobre él.
Cuando me llamó para cubrir el último de los servicios que me correspondían, no tenía muchas ganas de seguir pajeándome ante tipos solos e incapaces de vivir sus morbos libremente.
Al subir al taxi, me preparé como de costumbre, pero al correr la famosa cortina no había nadie detrás. En ese instante El Pito detuvo el taxi, me miró fijo y me tomó con una de sus manos la pija para luego estamparme un beso de lengua lleno de masculinidad.
“Hoy te toca por el culo”, me dijo al oído mientras me pasaba para el asiento trasero para comenzar a lamerme el orto y conseguir la dilatación de mi agujero.
En la parte trasera de aquel taxi porno, sentí su poronga en el orto un buen rato. La cogida fue prodigiosa, su pene entraba y salía con mi total complacencia.
Cuando terminamos estábamos completamente exhaustos, sin embargo El Pito puso la cabeza entre mis piernas y me hizo una magistral felación. Su lengua sabía todos los secretos para producir un orgasmo soñado.
Con la boca llena de leche, me pidió que siguiera trabajando con él y que tuviésemos encuentros como estos más seguidos. Pero yo no acepté.... seguramente el pendejo de la segunda noche no volvería.
Me vestí y me bajé del taxi con las zapas que El Pito me dio por paga. El auto arrancó y nunca más volví a saber de él.

1 comentario:
Caramba!Nunca lei relato mas caliente que ese! Estoy pajeandome mientras lo escribo... Como me gustaria hacer algo asi, lastima que aca en Buenos Aires son bastante histericos y acomplejados. Me tendre que ir a vivir a Rosario?
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